Rosen y por qué pagar 222 millones por un jugador de fútbol

En 1998, Marcelo Salas fue comprador por el club italiano Lazio por 17 millones y medio de euros. Algunos años después, por la Juventus en 25 millones de euros. En ese momento, alguien me dijo que los equipos sencillamente estaban pagando mucho más que el valor real de los jugadores de fútbol. Convincentemente, terminó su reflexión preguntándose: “¿Y qué pasaría si Pelé fuera jugador ahora? ¿Cuánto pagarían por él? ¿100 millones?”

Aunque no me parece que esas oraciones finales hayan querido ser alguna predicción, lo cierto es que los precios subieron rápidamente en esos años. En 2001, el Real Madrid pagó 75 millones de euros por Zinedine Zidane. El mismo club pagó 80 millones de libras por Cristiano Ronaldo en 2009. En 2016, el Manchester United pagó 120 millones de euros por Paul Pogba. Finalmente, el Paris Saint-Germain (PSG) selló recientemente el traspaso de Neymar por 222 millones de euros.

¿Por qué ha pasado esto? ¿Es verdad que los clubes están pagando más que el “valor real” de los futbolistas?

Una pista: no es la inflación. En 1960, Pelé era uno de los mejores jugadores del planeta. Después de su exitoso paso por el Mundial de Suecia de 1958, estaba recibiendo un salario de 150.000 dólares por año. De acuerdo con el New York Times, al 2010 esto era el equivalente de 1,1 millones de dólares. Por el contrario, Neymar recibirá 50 millones de dólares al año en su nuevo equipo.

La explicación clásica de este fenómeno fue dada por Sherwin Rosen en su famoso artículo “The Economics of Superstars” (The American Economic Review, Vol. 71, Issue 5, 1981) con algunas ecuaciones difíciles de comprender para los no economistas, pero un razonamiento bastante simple que desarrollaré aquí.

De acuerdo al autor, hay algunos mercados cuya “producción está concentrada entre unos pocos individuos, con una distribución de ingresos que está marcadamente torcida y con gigantes recompensas en la cima”. En otras palabras, los más talentosos en estos mercados tienen una demanda y ganancias que son gigantescas en comparación a sus compañeros de profesión menos talentosos. Hay dos razones detrás de esto:

1) Sustitución imperfecta. Por supuesto, los consumidores no creen que los profesionales con menos talento son sustitutos perfectos para los más talentosos. Por ejemplo, ¿vemos a los participantes de ‘Mi nombre es…’ como sustitutos perfectos de los artistas originales? Por supuesto que no. Queremos el original y estamos dispuestos a pagar mucho más por él.

En el fútbol pasa algo similar. Para el PSG no se trataba de conseguir un jugador para cubrir la posición en la que Neymar juega o de conseguir a uno de los mejores 50 jugadores del mundo. Se trataba sencillamente de Neymar. Otro caso: pensemos en Ronaldo o Messi. ¿Qué jugador en el mundo podría reemplazarlos de forma perfecta en sus equipos? Ninguno.

Esto explica que la “demanda por los mejores oferentes aumente más que proporcionadamente”. En otras palabras, el aumento en la demanda es mayor que el aumento en el talento. Por eso es que su curva es convexa: una gigantesca parte de la demanda está ubicada en los profesionales más talentosos. Por ejemplo, puede que no exista mucha diferencia en el nivel de talento entre Neymar y el quinto mejor jugador del mundo en su posición, pero lo cierto es que Neymar tiene una demanda mucho más alta.

2) Tecnología y consumo conjunto

Un bien público tiene dos características: es no excluible, es decir, no se puede impedir su acceso a otros; y es no rival, es decir, que un consumidor lo use no hace que el bien esté menos disponible para el resto de consumidores y su costo marginal (para producir una unidad adicional) es cero. Un clásico ejemplo es el alumbrado público: no se puede impedir que la gente acceda a su luz y que una persona lo use no provoca que la luz esté menos disponible para el resto.

De forma similar a la no rivalidad de los bienes públicos, los servicios provistos en estas actividades permiten el consumo conjunto y su costo de producción no crece de forma proporcional al tamaño del mercado con el que el vendedor cuenta. En este punto, el autor da dos ejemplos:

– Conciertos. Para un artista, el esfuerzo de tocar en frente de 10 o 1000 personas es básicamente el mismo.

– Libros. El esfuerzo de un escritor no cambia porque su libro sea comprado por 10 o 1000 personas.

En cuanto a nuestro tema inicial, el mismo razonamiento es posible:

– Para Neymar, el esfuerzo (o costo) de jugar un partido en frente de 1000 personas no es muy distinto a jugarlo en frente de 70000. Adicionalmente, tampoco es muy diferente a jugarlo siendo observado por millones de personas a través de la televisión.

Sin embargo, como Rosen explica, hay una diferencia esencial con los bienes públicos: estos servicios sí son excluibles.

“La diferencia clave entre esta tecnología y los bienes públicos es que los derechos de propiedad están legalmene asignados al vendedor: no hay problemas de ‘free-riding’ debido a la no exclusión y los clientes son excluidos si no están dispuestos a pagar el precio de admisión”.

Al final, la tecnología permite a los profesionales de estas actividades alcanzar una mayor cantidad de público y, como consecuencia, expandir sus mercados. Así, el monto de dinero pagado a Neymar no está sólo relacionado con lo bueno que es, sino que también con la cantidad de personas que pueden disfrutar su calidad al mismo tiempo sin costos de producción adicionales relevantes.

Así, es claro que si Neymar está ganando 50 veces lo que ganaba Pelé no es porque Neymar sea 50 veces mejor. Tampoco lo es porque el capitalismo sea más salvaje ahora que antes. Probablemente, Pelé también estaba entre los futbolistas mejor pagados de su época. La diferencia radica en el nivel de consumo conjunto permitido por la tecnología. Neymar puede exhibir su talento a cientos de millones de personas en la televisión o en Internet (y esto tiene un efecto cadena), algo que Pelé nunca pudo hacer.

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