– Espera, me compraste un presente? Por qué harías eso? (…) Sé que piensas que estás siendo generosa, pero la base de regalar es la reciprocidad. No me diste un regalo, me diste una obligación (…)
– No te preocupes, no tienes que comprarme nada de vuelta.
– Por supuesto que tengo. La esencia de la costumbre es que ahora tengo que ir y comprarte un regalo de valor comparable y que represente el mismo nivel de amistad que representa el regalo que tú me diste.
El diálogo está extraído de “La hipótesis del regalo del artículo de baño”, capítulo de The Big Bang Theory (02×11) que está estructurado en torno a la reacción del Dr. Sheldon Cooper frente al hecho de que Penny le compró un regalo de navidad. Lo que el Dr. Cooper parece odiar no son los regalos en sí (por ejemplo, no odió el tren que su abuela le dio en la temporada 9), sino que la obligación de reciprocidad que los acompaña.
¿Qué es la reciprocidad? Una forma simple de entenderlo es revisar los intercambios de mercado. Las transacciones de mercado son recíprocas porque A le da algo a B a cambio de otro algo (aunque, en rigor la transacción es sobre derechos). En la mayoría de los casos, uno de esos ‘algo’ es dinero. Esto es útil, considerando que el dinero no sólo elimina la necesidad de la doble coincidencia de deseos, sino que también permite que la gente haga cálculos más exactos en el intercambio (es más fácil saber cuánto dinero queremos a cambio de un pan que cuánto queso queremos a cambio). Una consecuencia de esto es que el intercambio puede quedar completamente cerrado después de su celebración. Como las partes no quedan en deuda, no hay necesidad de que la relación se mantenga hacia el futuro. Esto es perfectamente comprensible: el mercado se trata de la reproducción de derechos y no de la mantención de relaciones sociales (ver Belk, Russell; 2010). Teniendo esto en cuenta, Cooper entiende qué es la reciprocidad: dar y recibir. De hecho, según el Diccionario Oxford, reciprocidad viene del latín reciprocus, que significa ‘moverse hacia atrás y adelante’.
Sin embargo, ¿está en lo correcto al pensar que los regalos son recíprocos? Bueno, esto es más difícil de contestar. La primera intuición indica que no lo está. La gente no espera pagos en dinero o trueques por sus regalos, ¿o sí? Belk (2010), tras revisar parte de la principal literatura en el tema, piensa diferente. Para él, los regalos son “no recíprocos en apariencia, pero recíprocos en la práctica”. Adicionalmente, son “no obligatorios en apariencia, pero obligatorios en la práctica”. Creo que tiene un punto. Pensemos en los cumpleaños. A y B son mejores amigos. A le da a B un maravilloso y bien pensado regalo de cumpleaños a B. Algunos meses después, es el cumpleaños de A. ¿Debería B darle un regalo a A? Si B no lo hace, ¿debería (o podría) A molestarse o enojarse?
Estas preguntas hacen más claro el asunto. Hay una reciprocidad en el regalar que es diferente de la reciprocidad del mercado. No estamos obligados a dar regalos en el mismo sentido que lo estamos a pagar el precio, porque el pago del precio es una obligación legal que puede ser requerida en tribunales, mientras que la primera es una obligación social, con otro tipo de sanciones por su incumplimiento (aunque, en rigor, los intercambios de mercado están protegidos por reglas jurídicas y legales). En cualquier caso, sí tenemos una obligación de dar regalos y el derecho a recibirlos porque somos parte de una comunidad con reglas sociales que así lo prescriben. Es un intercambio, pero coordinado por reglas sociales y no por precios.
Una segunda diferencia es temporal: la reciprocidad de mercado es normalmente instantánea, aunque sabemos que el cumplimiento de cualquier obligación puede ser retrasado de mutuo consentimiento. Esto va en la línea de que el mercado es impersonal y su objetivo no es la creación de relaciones sociales. La reciprocidad de los regalos es distinta: no es instantánea (aunque la navidad puede ser un caso especial), sino que se extiende a través del tiempo. Es una reciprocidad “esperada” que se origina en la aplicación de las mismas reglas sociales y coexiste con las relaciones sociales. Como Bourdieu creía, los regalos son diferentes del trueque porque hay un lapso de tiempo antes del contra-regalo.
Una tercera diferencia está relacionada con la equivalencia. Para resolver su problema-obligación, el Dr. Cooper compra seis canastos de diferentes tamaños con objetos de baño. Su plan tiene cuatro pasos:
1) Abrir el regalo de Penny
2) Simular dolor de estómago
3) Ir a su habitación y ver en Internet el precio del regalo
4) Elegir el canasto con el precio más cercano y dárselo a Penny
Cuando Penny llega, Sheldon dice “Muy bien, Penny. Estás aquí para intercambiar regalos. Te encantará saber que estoy preparado para cualquier cosa que tengas para ofrecer”. El regalo es finalmente una servilleta con un mensaje para Sheldon firmado por Leonard Nimoy, de Star Trek (y con su ADN). Al final, Sheldon sencillamente lleva todos los canastos y desesperadamente dice “Lo sé. No es suficiente, ¿cierto?”
Toda esta performance, además de graciosa, parece rara. ¿Por qué? Este extraño comportamiento social de ir a la tienda, acarrear regalos, esconderlos, simular dolor, buscar un precio en Internet, elegir un regalo y volver a la tienda a devolver los otros regalos puede ser visto como un análogo de los costos de transacción (los costos de realizar intercambios, por ejemplo, el costo de conducir negociaciones).
Pese a que la idea de los costos de transacción tiene su origen en Coase y ha sido desarrollada principalmente por Williamson, es interesante tomar la discusión desde la aproximación propuesta por Benkler (The Wealth of Networks, 2006, disponible aquí), quien utiliza la categoría de costos de transacción para comparar posibles resultados del mercado, las empresas y las relaciones sociales. De esta forma, complementa el método utilizado por Coase en “La naturaleza de la empresa” (1937).
En una transacción de mercado, la gente debe determinar sus condiciones de la forma más exacta posible para hacerla eficiente. Esto no es tan simple como parece ya que la gente debe pensarlo bien cuando se encuentra en los márgenes. Lo mismo ocurre dentro de las empresas: para ser exitoso, el proceso gerencial debe determinar muy bien el qué, quién, cuándo y cómo. Pero las relaciones sociales trabajan de una manera mucho más vaga. Nadie escribiría condiciones para dar regalos, ser generoso con un amigo o para compartir algo.
Esto tiene una consecuencia: aunque hay reciprocidad en el dar regalos, la gente no busca exacta equivalencia entre lo que es dado y lo que es recibido. En este sentido, es una reciprocidad imperfecta. Esto no significa que no haya límites, pero estos son mucho más relajados. No buscamos el mismo valor, sino que, en palabras de Cooper, un “valor comparable” para reflejar la relevancia de las ocasiones y las relaciones. Es más, algunas veces podemos obtener de vuelta cosas a las que es difícil ponerle un precio. Este costo es comparativamente menor frente a las transacciones de mercado, considerando que en ellas actuamos supuestamente (y este es un gran supuesto, dado el desarrollo de la economía del comportamiento) como seres racionales y egoístas y, por ende, intentamos obtener tanto como sea posible de nuestra contraparte. Esto justifica que hablemos aquí de “reciprocidad negativa”.
Creo que el motivo de esta diferencia son las reglas en sí y las motivaciones para actuar que ellas crean en los agentes. Tanto en los regalos, como en otros mecanismos distributivos diferentes al mercado, la gente está impulsada por motivos sociales en vez de un ánimo lucrativo y, por ende, la necesidad de determinación disminuye. El objetivo de estos mecanismos no es obtener el mejor precio o el mejor trato, sino que generar relaciones sociales y el cumplimiento de las obligaciones sociales que hay detrás. Adicionalmente, cuando el objeto no es dinero, la comparación se vuelve más difícil.
En cualquier caso, si pensamos que la reacción del Dr. Cooper fue graciosa, no fue porque haya pensado los regalos como obligaciones o porque haya buscado por un regalo de valor comparable, sino que por decirlo, por intentar tanto cumplir y por hacerlo de la forma que él sabe: la más socialmente desadaptada.