¿Dónde están los mercados en la economía?

Mientras los socialismos reales sigan existiendo y validándose a través de puestas en escena calificadas de forma desvergonzada como elecciones, estamos ligeramente condenados a la aburrida discusión entre dos polos opuestos en cuanto a la asignación de recursos económicos: mercados y Estado; empresarios o planificaciones; propiedad privada o pública de los factores de producción… Y todas esas distinciones clásicas que aparecen en cualquier manual de historia o economía política.

Lo interesante en esto es que la distinción Mercado/Estado no siempre ha estado ahí. En perspectiva histórica, es sólo en el corto plazo que las sociedades han reducido de esta forma sus métodos de coordinación económica. El contexto político nos enfrentó a una guerra que jamás terminó por encenderse entre estas dos opciones. El contexto académico dominante, hizo lo propio: el mercado se encuentra en el centro mismo de la economía neoclásica como punto de partida desde el método y desde el contenido. Además, su soporte se hallaba en una teoría que funcionaba de manera casi mecánica hasta hace algunos años: si valía la pena profundizar en algo, era en los “escasos” que se desviaban de lo que consideraba como regla general.

Tanto esta regla general, como el axioma que lo acompañaba (aquel del hombre económico), han demostrado sus falencias (basta con ver el problema del conocimiento de Hayek, la información imperfecta según Stiglitz, la competencia monopolística o los desarrollos en la economía del comportamiento)… Pero aún así el mercado sigue siendo el punto de partida de la economía. Esto tiene dos caras:

1) Por un lado, para ciertos economistas la idea de mercado parece natural. Las personas interactúan entre ellas y la consecuencia involuntaria de estas interacciones es la creación de mercados. En otras palabras, esta es la aplicación de la idea de orden espontáneo de Hayek a la creación de mercados. Como los mercados son naturales, la economía y la ciencia económica nacen en él. Si hay métodos de asignación de recursos distintos, bien pueden considerarse anomalías (sin atribuir ninguna valoración a ello).

2) Por otro lado, el mercado es un punto de partida analítico. No sólo lo es el mercado, sino que es la idea de mercado que surgió desde la economía neoclásica: actores atomizados que persiguen sus propios intereses y generan automáticamente equilibrios (probablemente tal y como lo vio Walras en las bolsas de valores). ¡Un modelo en el que ni siquiera se toman en cuenta los métodos de organización de las empresas!

Esto genera dos problemas conceptuales iniciales. Primero, que el concepto de mercado ha sido escasamente analizado en la economía. Es necesario recurrir a la sociología económica de las últimas décadas para entender la idea de mercado, pues los economistas parece que han estado preocupados sólo de qué es lo que ocurre dentro o en el mercado y de cualquier elemento que pueda afectar este funcionamiento. Segundo, las formas de coordinación económicas distintas al mercado han quedado relegadas a un segundo plano teórico y práctico. La teoría de la firma puede bien ser considerada la excepción (y puede que en esto la idea de costos de transacción tenga mucho que ver).

El asunto es que el mercado, el método dominante de coordinación económica en la actualidad, ha compartido espacios históricamente junto a otras dinámicas de asignación de recursos. Tribus que se dan regalos recíprocamente, familias que comparten lo básico de la vida, Estados recaudando impuestos y redistribuyendo vía beneficios sociales: todos ejemplos que dan cuenta de este punto y que pueden ser reagrupadas en las ideas de jerarquías y redes. Ello quedará para la próxima.

Rosen y por qué pagar 222 millones por un jugador de fútbol

En 1998, Marcelo Salas fue comprador por el club italiano Lazio por 17 millones y medio de euros. Algunos años después, por la Juventus en 25 millones de euros. En ese momento, alguien me dijo que los equipos sencillamente estaban pagando mucho más que el valor real de los jugadores de fútbol. Convincentemente, terminó su reflexión preguntándose: “¿Y qué pasaría si Pelé fuera jugador ahora? ¿Cuánto pagarían por él? ¿100 millones?”

Aunque no me parece que esas oraciones finales hayan querido ser alguna predicción, lo cierto es que los precios subieron rápidamente en esos años. En 2001, el Real Madrid pagó 75 millones de euros por Zinedine Zidane. El mismo club pagó 80 millones de libras por Cristiano Ronaldo en 2009. En 2016, el Manchester United pagó 120 millones de euros por Paul Pogba. Finalmente, el Paris Saint-Germain (PSG) selló recientemente el traspaso de Neymar por 222 millones de euros.

¿Por qué ha pasado esto? ¿Es verdad que los clubes están pagando más que el “valor real” de los futbolistas?

Una pista: no es la inflación. En 1960, Pelé era uno de los mejores jugadores del planeta. Después de su exitoso paso por el Mundial de Suecia de 1958, estaba recibiendo un salario de 150.000 dólares por año. De acuerdo con el New York Times, al 2010 esto era el equivalente de 1,1 millones de dólares. Por el contrario, Neymar recibirá 50 millones de dólares al año en su nuevo equipo.

La explicación clásica de este fenómeno fue dada por Sherwin Rosen en su famoso artículo “The Economics of Superstars” (The American Economic Review, Vol. 71, Issue 5, 1981) con algunas ecuaciones difíciles de comprender para los no economistas, pero un razonamiento bastante simple que desarrollaré aquí.

De acuerdo al autor, hay algunos mercados cuya “producción está concentrada entre unos pocos individuos, con una distribución de ingresos que está marcadamente torcida y con gigantes recompensas en la cima”. En otras palabras, los más talentosos en estos mercados tienen una demanda y ganancias que son gigantescas en comparación a sus compañeros de profesión menos talentosos. Hay dos razones detrás de esto:

1) Sustitución imperfecta. Por supuesto, los consumidores no creen que los profesionales con menos talento son sustitutos perfectos para los más talentosos. Por ejemplo, ¿vemos a los participantes de ‘Mi nombre es…’ como sustitutos perfectos de los artistas originales? Por supuesto que no. Queremos el original y estamos dispuestos a pagar mucho más por él.

En el fútbol pasa algo similar. Para el PSG no se trataba de conseguir un jugador para cubrir la posición en la que Neymar juega o de conseguir a uno de los mejores 50 jugadores del mundo. Se trataba sencillamente de Neymar. Otro caso: pensemos en Ronaldo o Messi. ¿Qué jugador en el mundo podría reemplazarlos de forma perfecta en sus equipos? Ninguno.

Esto explica que la “demanda por los mejores oferentes aumente más que proporcionadamente”. En otras palabras, el aumento en la demanda es mayor que el aumento en el talento. Por eso es que su curva es convexa: una gigantesca parte de la demanda está ubicada en los profesionales más talentosos. Por ejemplo, puede que no exista mucha diferencia en el nivel de talento entre Neymar y el quinto mejor jugador del mundo en su posición, pero lo cierto es que Neymar tiene una demanda mucho más alta.

2) Tecnología y consumo conjunto

Un bien público tiene dos características: es no excluible, es decir, no se puede impedir su acceso a otros; y es no rival, es decir, que un consumidor lo use no hace que el bien esté menos disponible para el resto de consumidores y su costo marginal (para producir una unidad adicional) es cero. Un clásico ejemplo es el alumbrado público: no se puede impedir que la gente acceda a su luz y que una persona lo use no provoca que la luz esté menos disponible para el resto.

De forma similar a la no rivalidad de los bienes públicos, los servicios provistos en estas actividades permiten el consumo conjunto y su costo de producción no crece de forma proporcional al tamaño del mercado con el que el vendedor cuenta. En este punto, el autor da dos ejemplos:

– Conciertos. Para un artista, el esfuerzo de tocar en frente de 10 o 1000 personas es básicamente el mismo.

– Libros. El esfuerzo de un escritor no cambia porque su libro sea comprado por 10 o 1000 personas.

En cuanto a nuestro tema inicial, el mismo razonamiento es posible:

– Para Neymar, el esfuerzo (o costo) de jugar un partido en frente de 1000 personas no es muy distinto a jugarlo en frente de 70000. Adicionalmente, tampoco es muy diferente a jugarlo siendo observado por millones de personas a través de la televisión.

Sin embargo, como Rosen explica, hay una diferencia esencial con los bienes públicos: estos servicios sí son excluibles.

“La diferencia clave entre esta tecnología y los bienes públicos es que los derechos de propiedad están legalmene asignados al vendedor: no hay problemas de ‘free-riding’ debido a la no exclusión y los clientes son excluidos si no están dispuestos a pagar el precio de admisión”.

Al final, la tecnología permite a los profesionales de estas actividades alcanzar una mayor cantidad de público y, como consecuencia, expandir sus mercados. Así, el monto de dinero pagado a Neymar no está sólo relacionado con lo bueno que es, sino que también con la cantidad de personas que pueden disfrutar su calidad al mismo tiempo sin costos de producción adicionales relevantes.

Así, es claro que si Neymar está ganando 50 veces lo que ganaba Pelé no es porque Neymar sea 50 veces mejor. Tampoco lo es porque el capitalismo sea más salvaje ahora que antes. Probablemente, Pelé también estaba entre los futbolistas mejor pagados de su época. La diferencia radica en el nivel de consumo conjunto permitido por la tecnología. Neymar puede exhibir su talento a cientos de millones de personas en la televisión o en Internet (y esto tiene un efecto cadena), algo que Pelé nunca pudo hacer.

Sheldon Cooper y la reciprocidad de los regalos

– Espera, me compraste un presente? Por qué harías eso? (…) Sé que piensas que estás siendo generosa, pero la base de regalar es la reciprocidad. No me diste un regalo, me diste una obligación (…)

– No te preocupes, no tienes que comprarme nada de vuelta.

– Por supuesto que tengo. La esencia de la costumbre es que ahora tengo que ir y comprarte un regalo de valor comparable y que represente el mismo nivel de amistad que representa el regalo que tú me diste.

 El diálogo está extraído de “La hipótesis del regalo del artículo de baño”, capítulo de The Big Bang Theory (02×11) que está estructurado en torno a la reacción del Dr. Sheldon Cooper frente al hecho de que Penny le compró un regalo de navidad. Lo que el Dr. Cooper parece odiar no son los regalos en sí (por ejemplo, no odió el tren que su abuela le dio en la temporada 9), sino que la obligación de reciprocidad que los acompaña.

¿Qué es la reciprocidad? Una forma simple de entenderlo es revisar los intercambios de mercado. Las transacciones de mercado son recíprocas porque A le da algo a B a cambio de otro algo (aunque, en rigor la transacción es sobre derechos). En la mayoría de los casos, uno de esos ‘algo’ es dinero. Esto es útil, considerando que el dinero no sólo elimina la necesidad de la doble coincidencia de deseos, sino que también permite que la gente haga cálculos más exactos en el intercambio (es más fácil saber cuánto dinero queremos a cambio de un pan que cuánto queso queremos a cambio). Una consecuencia de esto es que el intercambio puede quedar completamente cerrado después de su celebración. Como las partes no quedan en deuda, no hay necesidad de que la relación se mantenga hacia el futuro. Esto es perfectamente comprensible: el mercado se trata de la reproducción de derechos y no de la mantención de relaciones sociales (ver Belk, Russell; 2010). Teniendo esto en cuenta, Cooper entiende qué es la reciprocidad: dar y recibir. De hecho, según el Diccionario Oxford, reciprocidad viene del latín reciprocus, que significa ‘moverse hacia atrás y adelante’.

Sin embargo, ¿está en lo correcto al pensar que los regalos son recíprocos? Bueno, esto es más difícil de contestar. La primera intuición indica que no lo está. La gente no espera pagos en dinero o trueques por sus regalos, ¿o sí? Belk (2010), tras revisar parte de la principal literatura en el tema, piensa diferente. Para él, los regalos son “no recíprocos en apariencia, pero recíprocos en la práctica”. Adicionalmente, son “no obligatorios en apariencia, pero obligatorios en la práctica”. Creo que tiene un punto. Pensemos en los cumpleaños. A y B son mejores amigos. A le da a B un maravilloso y bien pensado regalo de cumpleaños a B. Algunos meses después, es el cumpleaños de A. ¿Debería B darle un regalo a A? Si B no lo hace, ¿debería (o podría) A molestarse o enojarse?

Estas preguntas hacen más claro el asunto. Hay una reciprocidad en el regalar que es diferente de la reciprocidad del mercado. No estamos obligados a dar regalos en el mismo sentido que lo estamos a pagar el precio, porque el pago del precio es una obligación legal que puede ser requerida en tribunales, mientras que la primera es una obligación social, con otro tipo de sanciones por su incumplimiento (aunque, en rigor, los intercambios de mercado están protegidos por reglas jurídicas y legales). En cualquier caso, sí tenemos una obligación de dar regalos y el derecho a recibirlos porque somos parte de una comunidad con reglas sociales que así lo prescriben. Es un intercambio, pero coordinado por reglas sociales y no por precios.

Una segunda diferencia es temporal: la reciprocidad de mercado es normalmente instantánea, aunque sabemos que el cumplimiento de cualquier obligación puede ser retrasado de mutuo consentimiento. Esto va en la línea de que el mercado es impersonal y su objetivo no es la creación de relaciones sociales. La reciprocidad de los regalos es distinta: no es instantánea (aunque la navidad puede ser un caso especial), sino que se extiende a través del tiempo. Es una reciprocidad “esperada” que se origina en la aplicación de las mismas reglas sociales y coexiste con las relaciones sociales. Como Bourdieu creía, los regalos son diferentes del trueque porque hay un lapso de tiempo antes del contra-regalo.

Una tercera diferencia está relacionada con la equivalencia.  Para resolver su problema-obligación, el Dr. Cooper compra seis canastos de diferentes tamaños con objetos de baño. Su plan tiene cuatro pasos:

1) Abrir el regalo de Penny

2) Simular dolor de estómago

3) Ir a su habitación y ver en Internet el precio del regalo

4) Elegir el canasto con el precio más cercano y dárselo a Penny

Cuando Penny llega, Sheldon dice “Muy bien, Penny. Estás aquí para intercambiar regalos. Te encantará saber que estoy preparado para cualquier cosa que tengas para ofrecer”. El regalo es finalmente una servilleta con un mensaje para Sheldon firmado por Leonard Nimoy, de Star Trek (y con su ADN). Al final, Sheldon sencillamente lleva todos los canastos y desesperadamente dice “Lo sé. No es suficiente, ¿cierto?”

 Toda esta performance, además de graciosa, parece rara. ¿Por qué? Este extraño comportamiento social de ir a la tienda, acarrear regalos, esconderlos, simular dolor, buscar un precio en Internet, elegir un regalo y volver a la tienda a devolver los otros regalos puede ser visto como un análogo de los costos de transacción (los costos de realizar intercambios, por ejemplo, el costo de conducir negociaciones).

Pese a que la idea de los costos de transacción tiene su origen en Coase y ha sido desarrollada principalmente por Williamson, es interesante tomar la discusión desde la aproximación propuesta por Benkler (The Wealth of Networks, 2006, disponible aquí), quien utiliza la categoría de costos de transacción para comparar posibles resultados del mercado, las empresas y las relaciones sociales. De esta forma, complementa el método utilizado por Coase en “La naturaleza de la empresa” (1937).

En una transacción de mercado, la gente debe determinar sus condiciones de la forma más exacta posible para hacerla eficiente. Esto no es tan simple como parece ya que la gente debe pensarlo bien cuando se encuentra en los márgenes. Lo mismo ocurre dentro de las empresas: para ser exitoso, el proceso gerencial debe determinar muy bien el qué, quién, cuándo y cómo. Pero las relaciones sociales trabajan de una manera mucho más vaga. Nadie escribiría condiciones para dar regalos, ser generoso con un amigo o para compartir algo.

Esto tiene una consecuencia: aunque hay reciprocidad en el dar regalos, la gente no busca exacta equivalencia entre lo que es dado y lo que es recibido. En este sentido, es una reciprocidad imperfecta. Esto no significa que no haya límites, pero estos son mucho más relajados. No buscamos el mismo valor, sino que, en palabras de Cooper, un “valor comparable” para reflejar la relevancia de las ocasiones y las relaciones. Es más, algunas veces podemos obtener de vuelta cosas a las que es difícil ponerle un precio. Este costo es comparativamente menor frente a las transacciones de mercado, considerando que en ellas actuamos supuestamente (y este es un gran supuesto, dado el desarrollo de la economía del comportamiento) como seres racionales y egoístas y, por ende, intentamos obtener tanto como sea posible de nuestra contraparte. Esto justifica que hablemos aquí de “reciprocidad negativa”.

Creo que el motivo de esta diferencia son las reglas en sí y las motivaciones para actuar que ellas crean en los agentes. Tanto en los regalos, como en otros mecanismos distributivos diferentes al mercado, la gente está impulsada por motivos sociales en vez de un ánimo lucrativo y, por ende, la necesidad de determinación disminuye. El objetivo de estos mecanismos no es obtener el mejor precio o el mejor trato, sino que generar relaciones sociales y el cumplimiento de las obligaciones sociales que hay detrás. Adicionalmente, cuando el objeto no es dinero, la comparación se vuelve más difícil.

En cualquier caso, si pensamos que la reacción del Dr. Cooper fue graciosa, no fue porque haya pensado los regalos como obligaciones o porque haya buscado por un regalo de valor comparable, sino que por decirlo, por intentar tanto cumplir y por hacerlo de la forma que él sabe: la más socialmente desadaptada.